Posted by
fernanda on Jan 19, 2013 in
Budismo
Tratar de entender el Zen, conceptualmente es imposible y sólo parecería
algo absurdo e ininteligible, porque, como dicen sus seguidores, las
palabras son incapaces de sondear su profundidad. De alguna forma el
Zen, se nos presenta como el enigma más extraño que la vida espiritual
asiática nos propone.
La experiencia personal es fundamental en el Zen, ningún budista
trataría de bosquejar las experiencias que lo han liberado y transmutado
con el objeto de entregar un camino para otro. La idea básica es entrar
en contacto lo más directamente posible con el accionar de nuestro Ser,
sin recurrir a nada externo. Esto no se opone a que existan textos Zen
considerados como sagrados, pero éstos pueden revelar su sentido
únicamente a quien ya haya realizado todas las experiencias decisivas,
de modo que sea capaz de extraer la confirmacion de lo que ya posee.
Además del Zazen – sentarse en meditación – existe como técnica el
koan. A través de él se está constantemente trabajando la mente con el
fin de madurarla para el estado de Satori. Puesto que un koan es un
absurdo para la mente lógica, tratar de entender intelectualmente un
koan no es Zen, ya que lo que éste busca es llegar precisamente a
aquellas zonas donde el análisis lógico no puede llegar.
También se siguen los caminos o Do, que son el aprendizaje de ciertas
artes como arquería – tiro con arco – pintura y caligrafía en tinta
china, teatro, ceremonia del té, esgrima y otros. A través de ellos se
logra un estado de recogimiento que, practicado metódicamente, habrá de
conducir al ser humano a percibir en lo más profundo de su alma lo
inefable, lo que carece de causa y modos, y lo más importarse: a unirse a
ello.
El arte del tiro con arco
La Doctrina magna del tiro con arco nos aclara que éste no se refiere
ni a la tradicional técnica combativa de antaño ni al placentero
deporte competitivo, sino que se refiere a la arquería donde el tirador,
en una cuestión de vida o muerte, se enfrenta consigo mismo. Los
maestros arqueros japoneses ven y describen este enfrentamiento consigo
mismo como algo muy misterioso. Para ellos, el enfrentamiento consiste
en que el arquero apunta a sí mismo – y sin embargo no a sí mismo – de
modo que será a un tiempo el que asesta y el que es asestado, el que
acierta y el que es acertado.
Expresado de otro modo, puede decirse que es preciso que el tirador,
pese a todo su hacer, se convierta en el centro inmóvil. Es entonces
cuando surge lo último y lo más excelso: el arte deja de ser arte, el
tiro deja de ser tiro, será un tiro sin arco y sin flecha; el maestro
vuelve a ser discípulo: el fin es el comienzo y el comienzo,
consumación. Por eso, el tiro con arco de ninguna forma puede significar
un intento de lograr algo exteriormente, sino interiormente, con el
propio yo.
Arco y flecha son en sí un pretexto o un camino hacia la meta y no la
meta misma. En el arte de la arquería se observa que el arco construído
de bambú es de una extraordinaria elasticidad, pero más importante aún
es advertir la forma extremadamente noble que adopta el arco, de casi
dos metros de longitud. Cuando la cuerda está estirada hasta donde lo
permita el arco, éste encierra el universo; a eso se debe la larga
práctica necesaria para extenderlo correctamente. También es inolvidable
la vibración que se produce al rebotar la cuerda, por su peculiar tono
mezcla de cortante restallido y grave zumbido que parece llegar al
corazón.
En la técnica misma es muy importante el no estirar la cuerda
aplicando fuerzas extremas, sino procurar que trabajen únicamente las
manos, quedando totalmente relajados los músculos de los brazos y de los
hombros, como si se contemplara la acción sin intervenir en ella. Para
lograr sostener el arco en la posición correcta, tensarlo y lograr la
relajación requerida, es necesario concentrar toda la atención y
mantener una respiración adecuada. La respiración tiene una
coparticipación en cada postura y en cada movimiento, como asimismo en
la articulación entre ellos, y debellegar a ser algo natural.
Después de lograr estirar el arco relajadamente, cosa que a veces se
consigue sólo después de un muy largo tiempo, recién el tirador está
preparado para una nueva tarea particularmente difícil: disparar. El
disparo se logra cuando se abre la mano derecha con un movimiento suave
de forma que ningún estremecimiento recorra el cuerpo.
Este movimiento, fácilmente descrito, es muy difícil de lograr,
porque es necesario que no exista intención alguna. El arte genuino no
conoce fin ni intención. Cuanto más se empeña el tirador en aprender a
disparar la flecha para acertar en el blanco, tanto más se alejará de
ello. Lo que obstruye el camino es la voluntad activa, es importante
aprender a esperar, para lo cual es necesario desprenderse de sí mismo,
quedando así sólo el estado de tensión del tirador sin intención alguna.
Los maestros arqueros dicen: con el extremo superior del arco, el
arquero perfora el cielo; en el inferior está suspendida, con un hilo de
seda, la tierra. Si el tiro se dispara con un fuerte sacudón, existe el
peligro de que el hilo se rompa. Para el voluntarioso y violento, el
abismo será entonces definitivo, y el hombre permanecerá en medio, entre
el Cielo y la Tierra.
Para desencadenar un tiro en buena forma es necesario el relajamiento
físico, pero debe ir acompañado de una relajación psíquico-espiritual
con el fin de liberar al espíritu, para lograr finalmente una liberación
de todas las ataduras, por la pérdida total del yo, de tal suerte que
el alma, sumergida en sí misma, se halle en el pleno poder de su
innombrable origen.
Para lograr esta actitud no activa, el alma necesita un apoyo íntimo
que obtiene al concentrarse en la respiración; cuanto más intensa es
esta concentración en la respiración, más se desvanecen los estímulos
exteriores, de tal forma que pareciera que el individuo está aislado por
envolturas impermeables. Después de un período en que lo único que sabe
y siente es que respira, espontáneamente la respiración misma se va
haciendo borrosa, hasta que finalmente es posible llegar a un estado
similar a la aletargada relajación que precede al sueño. En este momento
lo importante es no deslizarse definitivamente en este estado sino, por
el contrario, dar un gran salto de la concentración. Por medio de este
impulso el alma llega espontáneamente a un despreocupado oscilar en sí
misma, hasta alcanzar esa sensación de increíble liviandad, que sólo
podemos experimentar en el sueño, y a la seguridad de ser capaces de
despertar energías en cualquier dirección e incrementar y disolver
tensiones.
En ese estado, en el que no se piensa ni se aspira a nada definido,
ni se apunta a ninguna dirección determinada, se sabe sin embargo que se
es capaz de lo posible y lo imposible desde esa plenitud energética. De
otra forma se puede decir que es un estado “espiritual”, donde se
reconoce la genuina presencia del espíritu.
Esto último es esencial para todo aquel que practique un arte así
como, por el contrario, podría decirse que quien se ha liberado de todas
las ligaduras puede ejercer cualquier arte a partir de esa
plenipotencia de su presencia de espíritu no perturbada por ninguna
intención. Sólo de esta forma el ser humano es capaz de percibir que las
distintas fases del proceso creador “se dan ” a través de sus manos
como emanadas de un poder superior.
Podemos concluir de todo esto, que más importante que todas las obras
exteriores, por cautivantes que sean, es la obra interior que debe
realizar el hombre si ha de cumplir con su destino de artista. La obra
interior consiste en que él, como ser humano que es, se convierta en la
materia prima de una plasmación y formación que concluye en la maestría.
Así el maestro ya no busca, encuentra. Como artista es un hombre
sacerdotal, como hombre es un artista en cuyo corazón, en todo su hacer y
no-hacer, crear y callar, ser y no-ser, penetra la mirada del Buda.
El hombre, el artista, la obra, todo es uno.
Patricia Zárraga
Más Información:
Eugen Harrigel.-
Zen el el Arte de Tiro con Arco.- Kier